Este entorno lo hemos creado mi mujer y yo. Era un claro en un frondoso pinar cerca de Cuenca.
Hemos logrado una atmósfera desaliñada y elegante, ordenada con vegetación invasora, salvaje, pero domesticada, con toques de color de plantas populares, pilones de agua, ídolos de piedra y elementos rescatados del olvido. Todo con ordenado desorden; caminos sin final, uno con pavimentos pétreos, otros creados al azar, definidos por el continuo pisar.
En el recorrido se avistan rincones con sensación de ser un descubrimiento, rincones que invitan a la reflexión si se quiere, si no simplemente para alterar la sensibilidad es suficiente contemplar el colorido, la sombra profunda, la luz filtrada.
He intentado imitar una visita mágica que hice con mis padres a una huerta, cerca del Júcar, cuando yo tenía diez años. He logrado mucho de ese sueño. Los verdes, los rojos, la luz filtrada, los espacios sugerentes y sólo le falta el sonido del agua, pero me resigno, pues no tengo cerca al Júcar.